Bonneville. Capítulo 1: Un pequeño asunto






Hay varias diferencias entre "un pequeño asunto" y "un gran problema". Los "grandes problemas" suelen venir de la mano de esposas que, kleenex en mano, acaban diciendo "creo que mi marido me engaña". Unos días después y tras haber pasado de detective a cliente o viceversa, unas fotos, algo de dinero y 4 paquetes de kleenex, el caso está resuelto. Los kleenex suelen ser para mí. Ya con las fotos en la mano, ellas tienden a dejarse de sentimentalismos y evocan vívidamente crueles escenas de castración que no dejan de impresionarme.

Los "pequeños asuntos" ya son otra cosa. Los traen caballeros bien arreglados, y que se dejan caer por mi oficina como si se hubiesen equivocado. Como si en vez de haber entrado al despacho de su asesor fiscal hubiesen caído en el mío. Por casualidad. Y hubiesen pensado, "Bueh, qué demonios, ya que estamos aquí..." Estos pequeños asuntos, claro, suelen involucrar corrupción, chantajes, palizas (que casi siempre recibo yo) y dos o tres pequeños asesinatos en masa.

Y este era un pequeño asunto.

- Se trata de mi hija.

Guantes, gemelos, sienes plateadas y un abrigo que probablemente valía más que todo el mobiliario de mi despacho. Aunque eso tampoco es decir mucho. Hay cajas de cartón tiradas en la calle que también valen más que mi despacho. Algunos dicen que incluso conmigo dentro. (Dentro del despacho, no de la caja.)

El tipo tomó asiento. Como es habitual, no presté atención a lo que me decía. La gente suele dar rodeos antes de llegar al punto importante. Yo, mientras, suelo imaginar unas vacaciones en las Bahamas con Jane Russell. Mientras nos sirven los daikiris en las hamacas a Jane y a mí, el cliente habla de lo majo que solía ser su socio, lo fiel que era su mujer o lo buena chica que era antes su hija. Los buenos tiempos, antes de que el socio se convirtiera en un cabronazo cocainómano que sisa de la caja, de que la mujer se enrollara con el profesor de bailes de salón o de que la hija empezase a traficar con armamento pesado.

- El caso es que últimamente...

Ahora empezaba lo bueno. Bye bye Jane.

- ¿Sí...?
- Bueno, ella está en la universidad. Se empeñó en estudiar Bellas Artes. Ahora está en segundo. Yo habría preferido derecho, pero su madre le apoyó y en fin... Se ha echado un grupito de amigos que no me gustan.

Un padre al que no le gustan los amigos de su niña. Paren las rotativas, calienten toallas, llamen a los GEOS...
- ¿Y ya está?
- ¿Cómo dice?
- Quiero decir, ¿que el problema es que no le gustan los amigos de su hija?
- No. Ayer mandaron esto a mi oficina.

Me tendió un sobre marrón de tamaño cuartilla. Tardé unos segundos en abrirlo. Si era lo que suponía, mejor ir preparando la cara de póker. Lo abrí.

Y era.

No es que ver fotos de chicas desnudas suponga un problema para mí. De hecho, dedico a ello gran parte de mi sueldo. Y es tontería no disfrutar de algo gratis cuando estás dispuesto a hacerlo pagando. Pero estar a un metro del padre de la criatura aportaba un punto de incomodidad a una situación que, de otro modo, habría resultado bastante grata.

- Hum... ¿El sobre llegó con alguna nota?
- No. Nada.
- No se preocupe. Llegará.
- ¿Y entonces qué hacemos?
- Dígamelo usted. Si quiere que paguemos, yo puedo hacer el recado. Si quiere que averigüe quién ha sido, también lo puedo hacer.

“Y si quiere que le paguen una pasta por ellas para publicarlas en ‘Pijas desatadas’ también conozco un tipo”, pensé, pero no me pareció adecuado alardear de esa clase de contactos.

- Quiero saber quien ha sido. No me importa el dinero, pero no he llegado hasta donde he llegado dejando que me chantajeen o me tomen el pelo.
- Bien, iré investigando mientras esperamos a que llegue la carta con el precio.

Le devolví el sobre, no sin antes distraer una de las fotos, y hablamos de mis tarifas. Si un cliente dice que no le importa el dinero, duplico mis honorarios. A ellos puede que no les importe el dinero. A mí sí.

Cuando se marchó, pensé que la vida es un poco extraña. Justo cuando piensas que tu trabajo es una mierda, viene alguien, te da unas fotos de una diosa postadolescente en pelotas y te deja un fajo de billetes. Y encima te da las gracias. "La vie en rose", como decía la gabacha chiflada aquella.

Saqué la foto del cajón, y la observé detenidamente en busca de pistas. Era una foto. Sacada con una cámara. Con una cámara de fotos. Consideré que era suficiente trabajo para una mañana y bajé al bar de la esquina a tomarme el bloody mary de las 11.

(Continuará)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues nada, hoy al mediodía, en vez de estudiar me he leído hasta el capítulo 11. El simpático putero engancha (y no estaba predispuesta, ya lo sabes).
No seas vago, escribe mas!, por lo menos una trilogía!!

Besetes
Leticia.

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