Bonneville. Capítulo 8: Salud, dinero y amor



     Hay una norma que no conviene olvidar cuando intentas sacarle información a alguien. Tienes que darle algo o tienes que amenazarle con algo. Eso significaba que yo estaba en punto muerto. De Mario ya había sacado lo que había por sacar y más. Y no tenía mucho mérito, porque hasta mi gato habría podido hacerlo. Lo de ese muchacho era pasión por la charla.

Aparte, estaba Silvia. La cual ya sabía de mi existencia, por Mario el bocazas. Y sí, podía amenazarla con decirle a Mario lo del tío de la moto. Todo dependía de cuánto valorase ella a su Romeo del Mini. Por las horas que pasaban juntos, parecía que no mucho.

Y luego tenía al chulo de la moto. Había buscado su nombre en Tráfico y a menos que hubiese robado la moto, o se la estuviese cuidando a un amigo, su nombre era Víctor Martín. También podría hablarle a él de Mario, pero es posible que ya lo supiera. Y por otro lado, hinchar las narices a la gente con temas de cuernos es una apuesta de  imprevisible resultado. Lo mismo no se lo creen, como te cuentan que ya lo saben, como cogen un cuchillo de cocina y montan la de San Quintín. Sólo hay que usarlo en situaciones desesperadas.

Con cierta resignación, pensé que mi única opción era seguir vigilando y esperar a que ocurriese algo. Alterné las vigilancias a Silvia con las que le hacía a Víctor. Eso hacía que me dejase horas sin cubrir, pero era mejor que nada. Además, Víctor repitió la jugada y pasó la noche en casa de Silvia dos veces en una semana. Sólo se veían en el piso de ella, lo cual era un poco extraño. La ventaja de un ligue con moto es básicamente… poder ir en la moto. Será que soy un cínico.

La primera vez que seguí a Víctor hasta su casa me llevé una sorpresa. No vivía en la clase de barrio que yo esperaba. Si no nos hubiésemos vuelto todos locos con los precios, habría jurado que la moto y la chaqueta que llevaba valían más que el piso donde vivía. Era un edificio feo y anodino de ladrillo. Y en una zona de esas en las que si dejas la moto una noche en la calle, al volver te queda la rueda delantera y una nota de agradecimiento por ser tan idiota.

Sin embargo, él no tomaba muchas precauciones. La dejaba aparcada al lado de su portal, sin candarla. Yo nunca haría eso. A no ser que estuviese seguro de que los manguis del barrio la iban a respetar. Así que o el chico era tonto, o alguien por ahí sabía que “la moto del Víctor no se toca”.

Por otro lado, vigilar a Silvia era como ver crecer la hierba. El paseo de compras del primer día no se repitió en una semana, y acabé pensando que más que un hecho rutinario había sido un ataque compulsivo. Eso cuadraba con lo que me contaba Mario sobre su estado.  Bajaba a comprar cuatro cosas en un par de tiendas que había a unas manzanas de su edificio y volvía a casa.

Excepto un día. Bajó a la calle a media mañana y fue al chino de la esquina, como ya le había visto hacer más veces. Pero luego, y para mi sorpresa,  cruzó la calle y se metió en una administración de loterías. Salió de allí con un par de boletos que metió en el bolso.

Unas horas más tarde, y como había venido ocurriendo los últimos días, Marta escuchaba las novedades desde el asiento del copiloto, mientras hojeaba distraídamente una Playboy que había encontrado en la guantera.

- ¿Y qué?
- ¿Cómo que “y qué”?
- La gente juega a la lotería
- Silvia no es “gente”. Para Silvia el dinero se consigue llamando a casa y pidiendo más. ¿Hacer lotería? Ni de coña. En Navidad, a lo sumo. Y probablemente ni eso.
- Igual tienes razón. Y qué, ¿es una ludópata o necesita dinero?
- Pues sí, esa es la pregunta. Pero los ludópatas no tiran por la lotería. Les gustan las tragaperras, el bingo, los caballos. Las cosas con emoción en el juego. Lo de las loterías es más de gente que necesita pasta
- Pues si Silvia Madrigal necesita pasta va a ser verdad que estamos en crisis, ¿eh?
- Creo que ella sí que está en crisis. Y en una gorda, además
- Vale. Oye, ¿te importa que te haga una pregunta?
- Dime
- ¿De verdad os gustan estas tías? – Marta me mostraba la portada de la revista. La dulce Shayla, de Mayo del 98, una de mis favoritas
- Eh… no. La compro por los artículos
- Ya. Deberías buscarte excusas mejores para tus perversiones
- Y yo te agradezco el consejo, pero llega dos divorcios tarde. Te llevo a casa.

(Continuará)

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