Ya estaba solucionado. Había sido más engorroso que
complicado. Una tramilla de tres al cuarto, pero he de reconocer que me habían
tenido fuera de juego una buena temporada. Ahora tocaba hacer una llamada a
Madrigal, quedar con él y contarle todo.
Tenía
en mi cabeza toda la información del caso, dispuesta en una especie de diagrama
de flechas. Como en esas diapositivas horteras de las reuniones de trabajo.
Pero sin dibujitos de gente al lado de una fotocopiadora.
Ese
diagrama me llevaba a pensar en otro, muy claro, que es el del desarrollo de mi
trabajo. Consiste en que A quiere una información, y acude a B, que soy yo, lo
cual se representa con una flechita que va de él a mí. Yo le doy la información
a A (vuelve la flecha), y A me da una cierta cantidad de dinero (y la flecha se
dirige esta vez a mí). La flecha suele acabar clavada en alguno de los
cabeceros de cama del Penélope’s pero tampoco hace falta llevar el esquema tan
lejos.
Llamé
a Madrigal, con la noticia de que el caso estaba resuelto y con la intención de
concertar una cita.
-
¿Quién está detrás de todo?
-
Al final, Mario.
-
¿El chico que vino a verme?
-
Ése mismo.
-
Vaya, hombre… Escuche, ahora estoy con algo urgente, le llamo en 5 minutos y
quedamos.
-
De acuerdo.
Diez
minutos más tarde sonó mi teléfono. Madrigal prefería dejar esto fuera de su
trabajo, así que no quería que quedásemos en su despacho. Además, prefería que
Mario estuviese presente. Por eso, le pareció más aconsejable quedar para cenar
en el Restaurante El Patio.
No
me gustó la idea. Prefiero contar las cosas al cliente sin que el culpable me
pueda cortar la yugular con una copa rota. Pero el cliente paga y el cliente
elige. Llegué 10 minutos antes de la hora y esperé en la esquina de enfrente.
Precaución habitual, me gusta ver llegar a todo el mundo y luego entrar yo. Por
si acaso.
Mi
prevención, que, aparte de ser una virtud profesional, es un reflejo de mi
personalidad cobarde, me sirvió de algo esta vez. No había que preocuparse por
los posibles ataques de Mario a mi persona. Madrigal se había presentado con
dos guardaespaldas. Y no eran cualquier cosa. Se había traído a Pixie y Dixie,
ni más ni menos. Se supone que tienen nombre, pero entre que son chechenos, que
no hablan castellano, que tienen muy mala leche y que miden como armarios
roperos, a la gente no le da por socializar mucho con ellos.
Se
les llama “los hermanos”, o Pixie y Dixie si no están delante. El apodo se lo
inventó un borracho cuando los hermanos le impidieron entrar en un pub. El
apodo tuvo tanto éxito que se les quedó. El borracho es ahora una celebridad en
las facultades de medicina. Siempre que se trata el tema de los
politraumatismos, sus radiografías salen a relucir.
Habían
llegado con tiempo. Gente previsora, también. Unos minutos más tarde, vi a
Mario doblar la esquina y entrar en el restaurante.
No
quise hacerles esperar más. Terminé mi cigarrillo, crucé la calle y entré. Saludé a Madrigal y a Mario. Pixie y
Dixie me miraron como si quisieran matarme. Hecho que se debía, pensé, a que
probablemente quisieran matarme. Criaturitas de Dios…
El
maitre, tratando a Lorenzo con el servilismo debido a los clientes habituales,
nos dirigió a un reservado, separado de la sala por una pesada cortina de
terciopelo. Pixie y Dixie se quedaron fuera.
Nos
trajeron las cartas y Madrigal nos recomendó, de un modo amable pero casi
conminatorio, lo que debíamos pedir. Aunque realmente me apetecía el rape a la
plancha cambié la elección de los dos platos. Llevarle la contraria a un rico
es un placer que no hay que dejar escapar. Mario, que intentaba disimular su
nerviosismo, aceptó los dos platos sugeridos. Madrigal le dirigió una sonrisa
helada, como si acabase de confirmar una sospecha sobre su carácter.
El
ambiente era tenso, y la cosa no iba a mejorar hablando del tiempo, así que, en
cuanto el maitre se largó con su pedido, me tiré de cabeza.
-
Ha estado muy bien lo tuyo, chaval.
-
¿A qué se refiere?
-
Pues a que casi te sales con la tuya. De hecho, tenía ya enfilado a Víctor por
todo este asunto. Si se lo llego a contar al padre de Silvia, los tíos que le
hubiesen visitado no habrían hecho muchas preguntas. De eso se trataba,
supongo.
-
No sé de qué me está hablando.
-
De tu agencia de modelos.
Palideció.
-
De la agencia de modelos que no tienes, quiero decir. Ni vas a tener, al menos
si tu idea era sacar pasta y relaciones de Silvia y su papá.
-
Yo no he hecho nada. Y no he venido aquí a que me acusen.
-
Has venido aquí a eso y a más, pero no hay que adelantar acontecimientos.
-
No, lo siento, esto no me interesa.
Se
levantó, dispuesto a salir, abrió la cortina y allí estaban los hermanos
chechenos. Codo con codo, hombro con hombro, todo con todo, tapando la salida
de cualquiera que lo intentase y del sol, si se empeñaban. Mario se detuvo, les
miró, le miraron. Parecía un documental de naturaleza, pero sin sangre, por el
momento. Mario volvió a sentarse en su sitio.
-
Y ahora, por el principio.
Madrigal
estaba como ausente. No había dicho ni una palabra. Por el momento no sabía
mucho, pero actuaba como si lo supiese ya todo. Así se triunfa en los negocios.
Continué con mi historia.
-
Tú querías montar una agencia de modelos. Porque lo de posar ya se ha puesto
aburrido, y además, conoces gente. Así que llevabas tiempo comiéndole el coco a
Silvia con que le hablase a su padre de ello. Ella no tenía ninguna intención,
porque sabía perfectamente que su padre no le iba a dar ese dinero.
Madrigal
meneó la cabeza confirmando lo obvio.
-
El caso es que a ti te dijo que sí, para que dejaras el tema. Y que la cosa
estaba en estudio, hasta que se cansó de tu insistencia y te dijo la verdad.
Que ni se lo había dicho ni se lo iba a decir. Oh… qué pena más gorda. Claro, a
Silvia estas minucias de cómo ganarse la vida le importan más bien poco. Pero a
ti no.
-
Es un buen negocio, se lo aseguro, señor Madrigal
Lorenzo
ni le miró.
-
Discutisteis, os reconciliásteis, pero aun así
tú tenías un cabreo importante. Pero como eres un buen chico, y además,
no habías perdido la esperanza del todo, seguiste con ella.
-
Seguí con ella porque estoy enamorado de ella.
Madrigal
hizo un gesto de asco. Hicimos una pausa cuando entró el camarero con los
primeros. Yo aproveché para dar un par de bocados, antes de seguir con la
historia.
-
El caso es que entonces… apareció Víctor. Silvia no te dijo nada, pero tú te
acabaste enterando. Luego, si quieres, nos cuentas cómo, por pura curiosidad.
Como tú sólo no podías con el tema, conseguiste que alguien se hiciese pasar
por empleado del señor Madrigal para amenazarle.
Aquí
el padre de Silvia por fin se giró para observar a Mario, con incredulidad.
Casi divertido.
-
Pero Víctor, aunque no es muy listo, de huevos anda sobrado. Y no sólo no dejó
de ver a Silvia, sino que además se lo contó.
Mario
asintió levemente, en silencio.
-
Mientras, entre Silvia y tú, todo normal. Salvo que claro, ella seguía con
Víctor. Y de tu agencia de modelos, ni mención. Eso se llama ser cornudo y
apaleado. Pero eres astuto. Así que hiciste una inversión. A costa de esa
agencia de modelos que vas a montar. Esa con el dinero que Silvia te iba a
conseguir cuando… decepcionada por Víctor, volviese a tus brazos. Y te gastaste
una pasta en una moto. Como gesto de buena voluntad, para que Víctor cogiese su
nueva moto, y se alejase de Silvia.
Aquí
intervino Madrigal, francamente sorprendido con esta última revelación.
-
¿Le compraste una moto al tío que está ahora con mi hija, para que se alejase
de ella, haciéndole creer que la moto venía de mi parte?
Lo
dijo en un tono curioso. Entre la sorpresa, la repulsa y la admiración de los
hombres de negocios hacia la gente con iniciativa.
-
Yo sólo quería que él la dejase en paz, yo… quiero a Silvia, y ese otro tío no
es nadie…
-
Y lo de la agencia no tuvo nada que ver, claro… – intervine.
-
Sí, sí tuvo que ver, pero no fue… hay otras formas de conseguir montar la
agencia, que no incluyen gastarme 9000 euros en una puta moto…
-
Vaya huevos que le echas, chaval – sentenció Madrigal. Mario me observó, como
esperando averiguar si lo que acababa de decir Madrigal era un piropo o un
desprecio. Al mirarme sólo se encontró con su misma confusión, pero en la cara
de un tipo tirando a calvo.
Para
cuando nos sacaron los segundos platos, yo ya estaba terminando mi
historia. Unos días atrás, Mario se
había dado cuenta de que sólo estaba haciendo el primo, se había cansado, y le
había pedido a Silvia que le devolviese el dinero de la moto. Ella se había
negado, y él, para convencerla, había mandado las fotos a su padre,
asegurándole que si ella no pagaba, su padre lo haría.
Al
enterarse Silvia de esto, reconsideró su postura y se avino a pagar en plazos,
de los cuales ya había pagado 2000 euros. De ahí que no se hubiese llegado a
recibir una carta con las condiciones del chantaje. Silvia ya estaba pagando,
con los ahorrillos de su generosa paga mensual de niña pija.
Cuando
hube terminado de contar lo que sabía y sin que Mario se hubiese atrevido a
presentar objeciones, le entregué a Madrigal el informe en una carpeta. Él, sin
prestar atención al documento sacó una cigarrera de bolsillo, se colocó un puro
entre los labios y me ofreció otro a mí. Yo acepté con gusto. En silencio,
ambos nos encendimos los cigarros. Me sentí como si fuera un concejal de
urbanismo, compartiendo puros con un millonario. Madrigal rompió el silencio,
dirigiéndose a Mario.
-
Tú. Te vas a ir a tu casa, o a donde sea que vives. Ahora. Yo me pondré en
contacto contigo, y entonces hablaremos. Porque… si tomo alguna decisión ahora
mismo con lo que he oído, saldrás de aquí acompañado de esos dos – dijo
señalando a la cortina de los chechenos.
Mario
se disculpó un par de veces, y humildemente se deslizó hasta la cortina. Una
vez allí dudó si debía abrirla, así que antes carraspeó. Madrigal se dio cuenta
de la situación, y dijo “eh, vosotros”- Pixie y Dixie abrieron la cortina y
asomaron la cabeza - “dejad que se
marche”.
Cuando
Mario hubo abandonado el local, Madrigal se relajó. Dejó caer la espalda sobre
la silla, y comentó, casi risueño:
-
¿Se lo puede creer? ¿Todo este lío por un asunto de cuernos y una mierda de
moto?
-
Me creo eso y cosas peores.
-
Ha hecho un buen trabajo. Mándeme la factura a mi oficina con su número de
cuenta, tendrá el ingreso en un par de días.
-
Gracias. Ha sido un placer.
Madrigal
había encajado bastante bien toda la historia. No es que su hija saliese bien
parada, pero seguramente se había temido algo mucho peor que esto. Algún
antiguo socio desairado, alguna amante injustamente tratada. A saber cuántos
muertos en el armario esconde un hombre así.
-
¿Y ahora?- Pregunté
-
¿Lo dice por ellos?... ¿Le interesa?
-
Tengo curiosidad. Y aparte, no me gustaría estar involucrado, si finalmente le
manda un recado a Mario con esos dos y se les va la mano.
-
Bah… Ahora haré lo que hace cualquier hombre poderoso con una hija como la mía.
¡Pagar! Le pagaré a usted, pagaré la moto, pagaré al idiota de la pistola para
que desaparezca, pagaré a estos dos bestias por el servicio, e igual al final
hasta acabo pagando la agencia de modelos de este imbécil. Sólo faltaría que
acabase saliendo en programas del corazón con las fotos en la mano. Seguro que
eso le saldría rentable, se promociona y se embolsa un dinero.
-
Visto así…
-
Eso sí, esperaré una semana antes de llamarle, que sufra un poco, no le vendrá
mal. Por cierto, ¿cuántas copias de las fotos andan por ahí circulando?...
-
Las de Mario, las que tiene usted, y las que tiene su hija.
-
¿Y Víctor?
-
Víctor ha visto las que tiene Silvia, pero no sabe muy bien de qué va el tema.
Su hija le contó que eran unas fotos que se había hecho para él, que luego las
perdió, y que quien las encontró ahora le pedía dinero por ellas.
-
¿Y él se tragó esa estupidez?
-
Y tanto que sí. De hecho, se estaba planteando vender la moto para pagar las
fotos él. Lo cual habría tenido gracia, después de todo… Pero no lo relacionó
con Mario, ni con usted, ni con nada. No es muy listo, la verdad, aunque hay
que reconocer que su hija tiene bastante habilidad para embrollar las cosas de
una manera que…
-
No hace falta que me lo cuente, es así desde que tenía tres años. Ella cambia
de novio y yo tengo que pagar una moto, una agencia de modelos, un detective y
no sé cuántas locuras más. – Le dio una profunda calada al puro- De verdad…
¿sabe eso que dicen, de que uno no se hace viejo del todo mientras mantenga la
capacidad de sorprenderse ante las cosas?... Si Silvia no se serena un poco,
creo que no envejeceré jamás.
Se
levantó, dejó un par de billetes de 100 sobre la mesa y, sin esperar el cambio,
se puso el abrigo. Hablando para sí, con la mirada perdida en algún punto de la
pared divagó: “Deberían venderla en pastillas. Silvia 500 miligramos. Una cada
ocho horas y manténgase joven y despierto”.
-
“Por la cuenta que le trae” – añadí yo.
Ya
con la mano en la cortina, se giró, esbozó una sonrisa y a modo de despedida
dijo:
-
No me recuerde
la cuenta…
(Continuará)
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