Bonneville. Capítulo 12: Té y café



Mario, el buen chico, el guapo, el honesto Mario. El mismo Mario que me había dejado impresionado con su interpretación de pobre muchacho metido en líos.

Yo pensaba que Víctor y él ni se conocían, pero resultó que sí. Y es más, la historia de Víctor revoloteaba en torno a Mario como las polillas en torno a una lámpara. Había estado ocupado, este chico.  Por ejemplo, comprándole una moto a Víctor. Porque no la compró Silvia, sino Mario. O enviando a Lorenzo Madrigal las fotos de Silvia, porque no las envió Víctor, sino Mario. Había un par de cosas más que no las había hecho quien yo creía, sino Mario. En cierto momento tuve la extraña idea de que si me miraba al espejo iba a aparecer él ante mí. Liberándome de la molestia de haberme levantado esa mañana, y siendo yo por un rato.

La conversación con Víctor y mis reflexiones se vieron interrumpidas por unos golpecitos nerviosos en la puerta. Víctor miró hacia la puerta con angustia, como si fuese a entrar la Santa Inquisición. Desvió la mirada inmediatamente hacia su pistola, que estaba todavía en la estantería. Pero me adelanté y me la guardé en la americana.

- Tranquilo, será el portero con el correo.

Abrí la puerta unos centímetros. Error, no era el portero.

- ¿Estás bien?
- ¿Yo? Claro…
- ¿Cómo que claro?
- Pues que sí, que estoy bien, no ocurre nada, pasa, anda

Marta entró con cautela, y se sobresaltó al ver a Víctor dentro de mi despacho.

- Tranquila, ahora somos casi amigos.
- ¿Tranquila?... ¿tranquila?... ¿pero tú eres idiota?
- ¿Pero qué te pasa?
- Pues que acabo de leer hace diez minutos el mail que me has mandado.
- Pensaba que lo habrías leído al recibirlo.
- ¡Eh, me has dicho que lo contestara, no que lo leyera!
- Ya bueno, perdone usted. Pero ya ves que no está pasando nada.
- Tú… ¡tú eres idiota!, ¡¿te crees que se puede ir por ahí mandando mails a la gente, diciendo que viene alguien a matarte, y quedarte tan pancho?! ¿Eh?... He cogido un taxi en cuanto lo he leído. ¡Y yo nunca cojo taxis!
- Vale, oye, lo siento… perdona, pero es que estaba hablando con Víctor…

Marta me interrumpió.

- ¡Ah, y esa es otra! – Se puso frente a Víctor, encorvándose sobre su silla. Él se echó para atrás, como los reclutas cuando un sargento les echa la bronca. – ¿Tú de qué vas? ¡Cretino! Con una pistola por ahí, amenazando a la gente. Si te viera tu madre qué diría, ¿eh? ¿Te crees que es un plan de vida eso?
- Es que yo…
- ¡Ni yo ni leches!
- Lo siento…

Eso pareció ablandarla por un momento.

- Pues… pues haces bien en sentirlo, porque entre los dos me habéis dado un susto que no me tengo. Y yo… yo no tengo nada que ver. Es sólo que me gustan los helados, y este idiota me cae simpático. Vale, y que me aburro un poco. Tanto yoga tanta interpretación y tanta leche. Que no es que sea muy divertido el yoga, claro que es mejor que ir por ahí con una pistola, ¿no? ¡Digo yo, vamos…!

Comprendí que el enfado de Marta empezaba a perder gas. Ella misma parecía confusa por los derroteros que estaba tomando su razonamiento.

- Bueno… pues ya está. Víctor, te presento a Marta, Marta, este es Víctor, ya le conocías, en foto. Ahora siéntate y te preparo un té o algo. Y que Víctor termine de contarnos su historia.

Víctor añadió unos cuantos detalles más, que hacían su versión de los hechos todavía más creíble. Marta, cuando se fue recuperando del su nerviosismo y posterior bajón, fue intercalando preguntas. Como alguien que hubiese llegado a la mitad de una película. Igual de molesto. Pero reconozco que hacía las preguntas con bastante tino. A su modo alocado y explosivo, la chica tenía un cierto ojo para esto.

Eso sí, la curiosidad de Marta era más difícil de saciar que la mía y a ratos se desviaba del caso y se metía en terrenos claramente personales. Había pasado del terror hacia Víctor a la reprimenda de madre indignada en 2 minutos. Y de eso al coqueteo abierto en 10 más. Era como esos videos en que graban una calle durante horas y luego lo comprimen en 2 minutos.

Reservé una habitación a nombre de Víctor en un hotel que conozco y le dije que se fuera inmediatemente para allí y que no saliese.

- Aparca la moto en algún garaje y luego coge un taxi hasta el hotel. Si te llama al móvil alguien que no sea yo, no contestes. Eso incluye a Silvia. Yo te llamaré un par de veces. Tú estate tranquilo, para mañana estará resuelto esto. La pistola por ahora me la quedo yo. Ya veremos qué hacemos con ella.

Cuando Víctor se marchó, Marta insistió en tener ella también el número de Víctor por si “había alguna emergencia”.

- Alguna emergencia como que te apetezca un helado, ¿no?
- O dos – Me sonrió con malicia.
- Eh, de eso nada. Si quieres liarte con él esperas a que se acabe el caso, y aún entonces, los helados solamente conmigo.
- Estás celoso.
- Ya, por cierto… Gracias por venir a… salvarme, o lo que sea a lo que has venido, pero la próxima vez piensa un poco antes, ¿vale?
- Anda, ¿y eso a qué viene?
- Te he mandado el mail para tener un seguro. Menos mal que  ya  lo había calmado. Si te presentas aquí, y dices que eres la persona a la que le he mandado el mail.. el seguro no funciona.
- Pero…
- Eso sí, le habríamos hecho gastar dos balas, en vez de una. ¡Chúpate esa, chico de la pistola!... 
- Quieres decir…- Se quedó callada unos instantes – Eh… jo. Que… imagina que.. me presento, y digo que soy la del mail… Y él ahí, sabiendo que… si nos mata a los dos se va de rositas…

Se dejó caer en la silla. De repente se había quedado pálida. Como si hubiese una pistola encañonándola en ese mismo momento.

- ¿Otro té? –Sugerí. Ella negó con la cabeza.
- Café. Solo. Por favor.

(Continuará)

0 comentarios:

Publicar un comentario