Bonneville: Capítulo 2: Vuelve a la Universidad, J.J.



En otros tiempos, al bloody mary de las 11 le habría seguido el de las 11 y media. A éste, un par de vodkas con naranja, una comida a base de cacahuetes y una larga tarde de cubatas. El fin de fiesta se representaba en la puerta del Penélope’s, a las 8 de la tarde. Yo aporreaba la puerta diciendo obscenidades y pidiendo que abrieran ya, y el portero me aporreaba a mí, en profesional silencio.

Sentía en el ronroneo del dinero pidiendo a gritos ser gastado en cosas no declarables a Hacienda. Pero me contuve. Por primera vez en bastante tiempo, tenía un caso. Debía permanecer sobrio y entero. La perspectiva de la sobriedad me produjo una crisis que me mantuvo en posición fetal, en el servicio, por no menos de un cuarto de hora. Cuando remitió, salí del bar dispuesto a comerme el mundo. A dar con el tipo que enviaba las fotos de la dulce Silvia Madrigal. A resolver el caso, en definitiva.

Ya en el despacho, hice los deberes. Llamé a un periodista amigo, para informarme sobre el padre de la chica.

- ¿Tienes a Lorenzo Madrigal de cliente?, no jodas, J.J. Menudo nivelón te gastas ahora.
- ¿Para tanto es? ¿A qué se dedica?
- Pegó un braguetazo siendo joven, y luego ha invertido con talento. Ladrillo, principalmente. Untando con la mano izquierda y estrechando la derecha. El morro metido en un par de periódicos, en un par de partidos, en un par de clubes de fútbol…
- Un tío listo.
- Más listo que un gato con hambre.

Colgué, alegrándome de haber renunciado a una jornada de decadencia etílica. Es mejor no fallar a cierto tipo de clientes. Después de comer me acercaría a la universidad. A ver si el grupo de amigos de la conejita del mes era tan peligroso como su padre suponía.

Sentí un ramalazo de nostalgia al cruzar la entrada de la universidad con mi coche. Sí, yo fui a la universidad. Tres meses intensos que no consigo recordar con nitidez. Lo que sé es que, un buen día, el guardia de la entrada me dijo que ya no era bienvenido. Y que disponía de 15 minutos para entrar, sacar a las strippers del Aula Magna y marcharme de allí para no volver más. Lo cierto es que tardé media hora, pero no fue culpa mía. A las chicas les había gustado el ambiente académico y querían aprovechar para matricularse en Derecho.

Me dirigí a la facultad de Bellas Artes, que era el edificio del fondo. Por lo visto, el rector de Bellas Artes repetía una y otra vez que la habían emplazado allí por las vistas. En realidad, todos sabíamos que Bellas Artes estaba al fondo para que el olor a porro no llegase a la entrada del recinto.

Eché un vistazo a las listas de alumnos, buscando la clase de Silvia Madrigal. Cuando encontré su grupo, fui a preguntarle al bedel dónde estaba el aula.

- Perdone, estoy buscando una aula de 2º, el grupo es el 17-B
- ¿De plan nuevo o de plan viejo?
- Pues no lo sé, ¿hay mucha diferencia?
- Ja, que si hay diferencia, dice... Si es de plan nuevo, están en la segunda planta. Eso siempre que hayan convalidado “Teoría del Color” I y II por “Forma y fondo de la plasmación artística” I, II y III.
- Bueno, yo hasta ahí ya no…
- Y claro, siempre que se trate de alumnos que domicilian. Si es de los que hacen ingreso en cuenta, la verdad es que no sé muy bien donde paran.
- ¿Y si es de plan viejo?
- Uh, si es de plan viejo, no es en esta facultad.
- ¿Dan las clases de plan viejo en otra facultad?
- No, no. Verá. Cuando cambiaron el plan viejo al nuevo, los alumnos del viejo organizaron una protesta, porque no les convalidaban los créditos de libre elección.
- Ahá
- El caso es que tomaron el hall, y no sé muy bien por qué, se les unieron los alumnos de Químicas, que protestaban por lo mismo. Organizaron una asamblea que duró una semana, pero era un lío, con todo el mundo pasando por aquí, así que se largaron a seguir la asamblea a otro edificio.
- Al de Químicas.
- No, pasaron de ése, porque el aire acondicionado no funciona. Se fueron a una aula de la tercera planta de la facultad de Económicas. Y se han encerrado y dicen que no salen. De esto ya hace tres meses.
- ¡¿Tres meses de asamblea?!...
- No, la asamblea duró un par de semanas. Pero dicen que se está a gustito. Ahora, por lo visto, se dedican al teatro.
- Mira tú qué bien.
- Sí, preparan una obra para Navidades. Creo que van a hacer una adaptación de Mujercitas, pero en onda ciberpunk. Aunque yo, francamente, no lo veo…
Aquello no tenía fin. Pensé que podía pasar horas en aquel mostrador antes de llegar a ninguna conclusión, asi que atajé.
- Perdone que le interrumpa, la cafetería ¿dónde está?
- Siga el pasillo todo recto, esquive al chico de los zancos y luego a la derecha.
- Gracias.

La regla de oro de la universidad. Al final, se acaba pasando por la cafetería. Sólo se trataba de esperar a que apareciera la buena de Silvia. Pedí un café y me senté en una mesa a vigilar.

Hay cosas que no cambian. Entre ellas, las cafeterías de las universidades. Muchos cafés, olor a canuto y partidas interminables de mus. Aparte, cada facultad genera sus propios monstruos específicos, que acaban formando parte viva del mobiliario de la cafetería.

Como la chica de pelo rosa que escenificaba ante mis narices una performance inspirada en Desdémona. No es que yo sea un experto en mitología, ni que los espasmos de la chica dejasen claro el argumento. Pero de vez en cuando gritaba “¡¡¡Desdémona!!!, oh… ¡¡¡Desdémona!!!” Y se tiraba al suelo y rodaba. La observé con cierto sentimiento de solidaridad. Yo he amanecido asi unas cuantas veces.

Cuando Desdémona dejó un hueco libre, una chica en la que no había reparado alcanzó mi mesa y se sentó frente a mí.

- ¿Así sois los de verdad?
- ¿Los hombres de verdad? – pregunté ilusionado.
- No, los detectives de verdad.

(Continuará)

0 comentarios:

Publicar un comentario