Bonneville. Capítulo 13: Esa bonita terraza


Pulsé el botón del ático de Silvia en el portero automático. Cuando le dije mi nombre, ella dudó unos segundos.

- No tengo nada que hablar con usted.
- Pues yo sí que tengo cosas que hablar contigo.

No hubo respuesta. Esperé hasta que entró un vecino y paré la puerta antes de que se cerrase. Cuando llamé a la puerta de Silvia, ella abrió con la cadena puesta. Chica lista.

- Ya le he dicho que no tengo nada que hablar con usted.

Y volvió a cerrar. Estaba agotando mi paciencia. Llamé otra vez. Le dije que tenía que decirle algo muy importante. Tras torturarla pulsando el timbre durante cinco minutos seguidos, volvió a abrir, de nuevo con la cadena.

- Si no deja de molestarme llamaré a…

No sé a quién pensaba llamar, porque antes de que terminase la frase me lancé contra la puerta con todo mi peso, que últimamente es bastante, e hice que saltara la placa metálica que sujetaba la cadena. Silvia se apartó a tiempo para esquivar el golpe de la puerta en mitad de su bonita cara.

- ¿Pero se ha vuelto loco?
- Si hija sí, me he vuelto loco.
- Voy a llamar a la policía.
- Sí, eso volverá loco a tu padre también. Seguro que le encanta ver a su hija en los periódicos. Pero mira, a mí tampoco me gusta que la gente mande a verme a tarados con pistola. Así que estamos en paz.

Cerré la puerta y pasé directamente a la terraza.

- Pues ya estamos aquí de nuevo. Ponte cómoda, que vamos a hablar otro ratito más.
- ¿Me queda algún remedio?
- Puedes llamar a tu padre, o a la policía, aunque puede que lo haga yo mismo.

Silvia se sentó, resignada.

- Buena chica, te voy a contar el día que he tenido. El comienzo ya lo has visto, hemos desayunado juntos. Después me han apuntado a la cara con una pistola y luego me he dado cuenta de que… soy tonto. No está mal para una mañana, ¿a que no?
- No está mal. Pero lo último se lo podría haber dicho yo.
- Ya, pero algo me consuela, no soy el más tonto. El más tonto anda por ahí poniendo pistolas en la cara de la gente para salvaguardar vuestro tierno amor. Para eso sí que hay que ser tonto.
- No sé de qué me está hablando.
- A la mierda con esto. Estoy bastante cansado, y quiero echarme una siesta. Así que abreviando. Punto primero, tú no le compraste la moto a Víctor.
- Se lo dije.
- Ya, hasta los relojes parados dan la hora dos veces al día. Punto dos. Mario ha hecho que alguien amenace a Víctor, haciéndolo pasar por un empleado de tu padre.
- Lo que haya hecho Mario es asunto de…
- Punto tres. Víctor te contó lo de la amenaza, y tú le seguiste el rollo, aun sabiendo que tu padre no había mandado a nadie.
- Se está metiendo muy a fondo en cosas que no le interesan.
- Vale, pues vamos a lo que interesa. ¿Quién mandó las fotos?
- Mario.
- Vuelves a decir la verdad, tómate algo, que van dos seguidas. Y ahora la buena, ¿por qué?
- Porque está celoso. Sabe lo de Víctor y quiere que corte con él.
- Chiquillos… Eso seguro que en parte es verdad. Pero faltan datos, y a mí me gusta hacer las cosas bien.
- Qué loable.
- Guárdate la ironía, rica. ¿Has conseguido hablar con Víctor después de que la visita que me ha hecho?
- No me ha cogido el teléfono, estaría por ahí con la moto.
- Fallo. No te ha cogido el teléfono porque yo le he dicho que no lo haga. Y ahora está escondido por ahí, a la espera de que yo le llame y le diga que puede salir. Claro, que igual es mejor que él hable con tu padre directamente. Así tu padre puede conocer a su futuro yerno; motero y pistolero. Y así tu padre le puede decir a la cara que él ni sabía de su existencia, lo cual a Víctor le va a hacer mucha gracia.
- ¿Por qué me hace esto?... Yo no le he hecho nada. Y usted me acosa, me insulta…
- Y tienes suerte de que es sólo trabajo. Un día te cuento lo que hago los fines de semana.

Silvia respiró hondo un par de veces, encendió un cigarrillo y comenzó a hablar.

- Mario le regaló la moto a Víctor para que él se alejara de mí.
- Pues no ha funcionado muy bien.
- Será que valgo más que una moto.
- Ya ¿Y lo de las amenazas de empleados de tu padre?
- También es cosa de Mario, al ver que lo de la moto no funcionó se cabreó, e intentó eso.
- Pero tú sabías que no era cierto.
- Al principio me lo creí. Pero luego tanteé a mi padre, y ví que no era cierto.
- Y no se lo dijiste a Víctor.
- No.
- ¿Por qué?
- Muchos se acercan a mí por el interés. Como Mario. Quería comprobar si Víctor era igual.
- ¿Cómo dices?
- No está bien hecho, ya lo sé. Pero dejé que pensara que mi padre sabía lo nuestro, y que le estaba amenazando. Y se ha quedado a mi lado. Es mucho más de lo que habría hecho Mario.
- ¿Tienes a ese pobre pardillo acojonado dos semanas, pensando que lo van a matar de una paliza, sólo para satisfacer tu ego?...
- No conoce a las mujeres…
- Como tú a pocas, afortunadamente ¿Qué pasa con las fotos?
- Mario se dio cuenta de que iba a cortar con él, y de que encima le había regalado una moto a mi nuevo novio. Y se enfadó mucho.
- No sé por qué,  no le culpo. Y te chantajeó con las fotos.
- Sí, pero no le hice caso. Hace un par de semanas vino a recogerme a la Uni. Y me dijo que se las había mandado a mi padre.
- ¿Se arriesgó a ponerse contra tu padre sólo por una moto?

Silvia dudó un segundo. Jugueteó con uno de los botones de su blusa, respiró hondo y, como quien da la vuelta a su última carta sobre la mesa, dijo:
- No,  había otra cosa más…

(Continuará)

0 comentarios:

Publicar un comentario