Bonneville. Capítulo 4: Una llamada inoportuna



Me encontraba en el Penélope's a punto de disfrutar del justamente célebre “baile de la nata” a cargo de Lucinda, la ex-torcedora de puros cubana, cuando sonó el teléfono.

- Seas quien seas no estoy.
- Hola, J.J, soy Marta.
- Me pillas en mal momento.
- Es importante.

Con harto pesar, me quité a Lucinda, la macedonia de frutas y la minipimer de encima.

- A ver, ¿qué pasa?
- Es Silvia, me he enterado de con quién está liada.
- Yo también, con media España.
- Bueno, pero más en concreto. Con un tal Mario.
- Bien por ella, y por Mario.
- Les he visto hoy, él ha venido a la facultad recogerla con su coche.
- Ahá ¿Has cogido la matrícula?
- Pues no. El coche es un Mini de esos nuevos.
- Ya, ¿y a qué se dedica el amigo Mario?
- Según me han contado en la cafetería el tío está terminando derecho, pero también hace trabajitos de modelo, está superbueno.
- Pues siento decírtelo, pero es gay.
- Sí hombre, no veas los achuchones que se daban los dos.
- Fachada. Lo sabrías si llevases tanto tiempo como yo en esto. Joven, guapo, modelo, lleva un coche de tía, y encima se llama Mario. Eso tiene un nombre, rica.
- Sí, los calvos fondones con coches de mierda tiráis más a hetero, eso es cierto

Lo reconozco, un puyazo como ése duele incluso a  alguien que, como yo, bucea en el menosprecio femenino a diario.

- Ya, bueno, pues gracias por informarme. De todos modos, ¿a ti no te dije que no investigaras?
- No he investigado, sólo he visto algo, he hecho unas preguntas, he pagado unas rondas y he atado cabos.
- Sólo te ha faltado el chantaje, un par de palizas en un callejón y  un sombrero de fieltro.
- ¿Qué?
- Nada, que eso es investigar, pero está bien, te lo agradezco. Te debo un par de helados de esos.
- Eso como poco.
- Por cierto… acerca de este  Mario… ¿su apellido empieza por S?
- Pues sí; Saavedra, ¿cómo lo sabías?
- Porque soy muy bueno.
- Ya…¿pero cómo lo sabías?
- Dime… durante esa no-investigación que has llevado a cabo, ¿no te habrás acabado enterando de dónde vive Mario?
- Puede… si me cuentas cómo sabías que su apellido…
- Te lo prometo, mañana quedamos para los helados y te lo cuento.
- Bueh, mañana mañana…
- No refunfuñes, no te cuento todo por no… ponerte en peligro.
- Vaya excusa de mierda. Al menos podrías molestarte un poco. En fin.. el caso es que todo esto me lo ha contado uno de mi clase que le conoce porque vive en el mismo colegio mayor.
- ¿En cuál?
- El Duque de Rivas.
- Perfecto. Gracias por todo. Te llamo mañana – colgué

Lucinda me miró con gesto de desaprobación.

- No se interrumpe a Lucinda y la nata, por cosas del trabajo, mi amol…

Lo malo de hacerte un habitual de un sitio como el Penélope's es que las putas te acaban tratando como a un marido. Con reproches y todo. Aunque reconozco que tiene su lado tierno. Le dí un beso en la mejilla, le prometí que otro día apagaría el móvil, pagué la media hora y me largué volando.

Un par de horas más tarde, Mario Saavedra abría la puerta de su sencilla pero coqueta habitación en el Duque de Rivas.  Lo sé con precisión, porque yo le esperaba dentro.

- Hola Mario.

Se dio un buen susto. De esos que te recorren la columna como si te hubiesen pasado un cubito de hielo. Un pringado. Yo ya estoy  acostumbrado a encontrarme gente que no conozco cuando entro en mi casa. De hecho, cuando abro la puerta de casa y no veo a nadie sentado en mi sofá bebiéndose mi whiskey, me inunda una extraña melancolía.

- ¿Quién eres tú, y qué ….coño haces en mi cuarto?
- Bla, bla, bla… Me llamo atiquecoñoteimporta, y estoy aquí para decirte que eres gilipollas.
- Voy a llamar a Seguridad.
- No hay Seguridad, idiota. Sólo está Paco, el conserje, le conozco hace años. No veas la de padres preocupados que contratan mis servicios. Y a Paco, le importa tres puñetas lo que te pase, porque a estas alturas debe de llevar ya mediada la botella de JB que le he traído. Así que dejémonos de tonterías, y vamos a hablar.
- ¿Qué es lo que quiere?
- Ya te lo he dicho, he venido a decirte que eres gilipollas.
- ¿Por qué?
- Por esto.

Le tiré el albornoz que estaba en el respaldo de su silla de estudio. Un bonito albornoz  de caballero, de color granate, que yo ya había visto antes de esa noche.

Él lo cogió al vuelo y lo inspeccionó, supongo que buscando algo. No era muy listo, no.

- No entiendo.
- Pues es muy fácil. Si le haces fotos a una chica  para sacarle pasta a su padre y dejas que use  tu albornoz de atrezzo, al menos, asegúrate de que el albornoz no lleva tus siglas.

Los ojos se le abrieron de par en par y se apoyó en la pared con el albornoz en las manos, acariciando la M y la S bordadas en el bolsillo. Miraba al suelo y le temblaba la barbilla. Esto iba a ir para largo.

- ¿Ves cómo es cierto que eres gilipollas?

(Continuará)

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