Bonneville. Capítulo 7: Es una buena chica



A mitad de noche, Marta se despertó como si nos estuviesen bombardeando. Me sirvió para despertarme yo también, porque la modorra me había atrapado hacía un par de horas.  Ella se desperezó, dio un par de bostezos y al momento  comenzó a desgranar teorías sobre el caso. Supongo que tenía razón en alguna cosa, pero no puedo estar seguro porque no le estaba prestando atención. Me parece indecente ponerse a pensar a los 5 minutos de haberse despertado. El cuerpo necesita un rodaje.

Para despejarme y también para alejarme de ella un par de minutos, me asomé a ver si la moto seguía en su sitio. Eran las 4 de la mañana  y sí, allí seguía. Valoré si merecía la pena esperar a que el tío saliese por la mañana para seguirle. El nombre lo conseguiría fácilmente con la matrícula. Y en cualquier caso, estaba claro que no había ido al apartamento de Silvia a entregar un paquete.

- Nos vamos.
- ¿Ya? ¿Y la vigilancia?
- La vigilancia ha llegado a su fin. Gracias a todos por participar. Te acerco a casa.
- ¿Y si pasa algo ahora mismo?

Observé la calle. Ni un alma. Todas las luces del edificio estaban apagadas.  A lo lejos, un gato maullaba. Recordé mi cama, mi querida cama. Sin hacer y con las mismas sábanas desde hace un mes. El olor a tabaco de mi cuarto, los pelos de gato en mi albornoz, los calcetines debajo de la cama y el poster de la playmate de Abril del 92 pegado en el techo. El hogar, maldita sea.

- Si pasa algo que llamen a los bomberos.
- Tú sabrás, pero no me parece muy profesional…
- Habló la que cobra en helados… Anda, calla, que me vuelves loco

Seguí sus indicaciones hasta llegar a su casa. Era terrible como copiloto. Iba ilustrando las indicaciones con anécdotas. Lo bueno que estaba el camarero de ese bar de allí, la vez que robó una camiseta en aquél Mango de allá… Tras dar vueltas durante media hora acabamos a unas pocas manzanas de la casa de Silvia.

- Me encanta la ciudad de noche, las calles vacías… está todo superpacífico. ¿No crees? Podría pasar horas paseando en coche.
- Ya  me he dado cuenta, porque es la tercera vez que pasamos por esta calle. Si te gusta pasear cómprate un coche.
- Bah, si no tengo ni carnet. Tú me podrías enseñar a conducir.
- Ya veremos. Pero eso otro día, ahora sube a casa y duerme un rato.
- Bueno, vale. Pero no creo que duerma ya, creo que haré limpieza.
- Lo que te dé la gana.

Arranqué antes de que me convenciese para ir a robar matrículas, a saltar a la comba en un parque o a cualquier otra locura derivada de su hiperactividad.  Como un autómata llegué a mi apartamento y me dejé caer en mi cama a medio desvestir.

A las doce del mediodía algún cretino me llamó a móvil. También llamó a las doce y media. Y luego a la una. Cuando el teléfono volvió a sonar a la una y media me resigné y lo cogí.

- ¿Qué?
- Buenos días… Soy Mario…
- ¿Qué Mario?
- Mario Saavedra, vino a verme anteayer.
- Ah, sí, ya sé, ya sé.

Esa manía mía de ir dando mi teléfono por ahí a todo el que me encuentro, “por si pasa algo”. En general es una buena práctica, pero en ese momento me habría abofeteado por idiota. Tengo mal despertar.

- ¿Y qué pasa?
- Me gustaría hablar con usted, es por Silvia.
- ¿Qué le pasa?
- Está muy rara.

“Lo que está es muy buena”, pensé. Pero no quise ponerme a discutir esos detalles por teléfono. Le dije que viniese a verme a mi despacho a las cuatro. Cuando ya hubiese empezado el día.

A las cuatro menos cuarto, Mario ya estaba sentado enfrente de mí, contándome una triste historia sobre Silvia. Según él, Silvia no era la pija frívola y sexualmente hiperactiva que todo el mundo creía. Lo cierto es que, si no lo era, interpretaba el papel a conciencia. Otra con talento natural.

- El año pasado estuvo ingresada unos meses, con un tratamiento para la anorexia. La cosa parecía haber mejorado, pero ha vuelto a las andadas.
- Si le dijiste lo de las fotos, es normal, estará preocupada.
- No, es anterior a eso. Está como ausente, hace cosas a escondidas, le pasa algo, pero no sé qué es.

Me dio pena Mario. Sí, claro que le pasa algo a Silvia. Le pasa un tío con una Bonneville. Y mejor no decir por dónde.

- Ayer, por ejemplo, estuve con ella, fui a verla a su casa. Estuvimos un rato juntos, nos acostamos. Cuando fue a ducharse, le llegó un mensaje al móvil. Yo no lo miré, pero le avisé de que le había llegado uno cuando salió de la ducha. Intentó disimular, pero al rato de leerlo me despachó, dijo que tenía cosas que hacer y que quería acostarse pronto.

“Lo de acostarse pronto seguro que lo hizo”, pensé.

- Bueno, esas cosas pasan, a veces las parejas tienen estos… problemas.
- No tenemos ningún problema como pareja. Es algo que le pasa a ella. Hace unos meses que casi ni se pasa por la universidad, se queda encerrada en casa.
- ¿Y antes no era así?
- No, desde que salió de la clínica, las cosas iban mucho mejor. Salía, iba a clase… Luego volvió a perder interés por las cosas. Hace un mes le dieron un golpe en la puerta del coche. Todavía no lo ha llevado a arreglar.

Mi coche tiene bollos desde hace diez años. Lo considero un testimonio vital del vehículo. Como las arrugas bien llevadas. Pero claro, yo no soy una niña de papá con un coche de 4 millones. En ese mundillo los bollos y las arrugas sólo son testimonios de decadencia a erradicar.

- ¿Y qué crees que está pasando?
- No lo sé, por eso he venido a verle. Lleva unos meses así, y ahora encima está ese tema de las fotos. He pensado incluso que ha podido ser ella misma la que se las mandó a su padre. Para jorobarle, o para llamar la atención.

Sí, eso también lo había pensado yo. La gente a veces hace cosas extrañas para llamar la atención. Yo mismo me he casado un par de veces.

- Ya sé que ella da otra impresión – siguió Mario – pero es una buena chica.

Le despedí sin decirle nada del fulano de la moto. Puede que tuviese parte de razón, así que, ¿para qué estropearlo? Además, un dato así le podía empujar a hacer tonterías. No te puedes fiar de la gente honesta como Mario. Se pasan el día hablando a las claras, siendo francos, poniendo las cartas boca arriba. Ya habría tiempo para esas cosas, más adelante.

(Continuará)

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