Al salir de casa de Silvia me fui directo a la de
Víctor. En mi historia faltaban demasiados detalles. Quizá incluso estuviese
equivocado en todo. Si era así, al salir yo por la puerta, Silvia habría
llamado a Víctor. Eso significaba que a lo largo del día era probable que yo
recibiese el puñetazo en los morros que siempre me cae en todos los casos.
Puñetazo del que me había ido librando por ahora y que no echaba de menos.
La
moto estaba aparcada junto al portal. Me
instalé con el coche en una bocacalle, desde la cual tenía una visión perfecta
de la moto. Si Víctor salía, le vería.
Repasé
toda mi historia. Fallaban cosas. En el fondo era correcta, pero los detalles
no lo eran. No era un asunto de drogas. No sabía exactamente cuánto dinero le
pasaban al mes los padres de Silvia a su niña. Pero supuse que bastante. Si
ella se hubiese gastado toda su paga en vicio ahora habría que ir a visitarla
al Anatómico Forense. Hay mucha gente que consume y tiene buen aspecto. No hay
más que poner la tele por las tardes para comprobarlo. Pero mi historia
requería que fuese mucha droga. Y con tanta, no se tiene el buen aspecto que
Silvia tenía a las 10 de la mañana de un día cualquiera.
Y
sin embargo, algo estaba claro. El dinero de Silvia se iba por algún lado. Y
estaba seguro de que se había transformado en esa bonita moto que tenía ante
mis ojos. Pero ¿a cambio de qué?
Tras
un par de horas de espera, Víctor, con cara de malas pulgas, salió de su casa y
se subió a su moto. Al hacerlo pude ver algo que me resultó bastante inquietante.
Cuando se inclinó para pasar la pierna por encima del sillín dejó ver por un
momento una pistola que llevaba en una sobaquera.
“Así
que esas tenemos”, pensé. Arranqué el coche y le seguí, a distancia prudencial.
Cruzamos la ciudad por una amplia avenida. Conducía tras él, manteniendo un par
de coches entre nosotros y, a medida que dejábamos atrás bocacalles, tiendas y
gente, crecía en mí una sospecha. O mejor dicho, un mal augurio.
La
sensación se confirmaba con cada giro que metro que recorríamos. Y no dejó
lugar a dudas cuando Víctor aparcó su moto en un callejón discreto, a sólo unos
pasos de la entrada de mi oficina.
Pensé
en subir tras él, pero el recuerdo de la pistola me disuadió. No soy el hombre
más valiente del mundo, lo reconozco. Si quisiera ir por la vida enfrentándome
a macarras armados, usando tan solo mi sonrisa y mi buena voluntad sería
profesor de instituto. Decidí esperar. Es un edificio de oficinas, y el portal
lo dejan abierto, así que Víctor echó un vistazo al portero automático para
saber cuál era mi piso y subió directamente.
Minutos
después, Víctor estaba de nuevo en la calle. Al salir del portal dudó unos
segundos. “Sí, muchacho”, pensé, “con una moto se liga más, pero cuando se
trata de esperar a alguien, es más cómodo el coche”. Finalmente cruzó la calle
y se metió en la “La Costa
Azul ”. Un bar bastante cutre donde desayuno a veces. Y un
buen sitio para esperar.
Llamé
a Marta.
-
Hola chica, ¿me puedes hacer un favor?
-
Nada sexual, ¿eh?
-
No, nada sexual. ¿Tienes algún ordenador a mano?
-
Sí. Estoy en casa.
-
¿Con conexión a internet?
-
Sí
-
Vale, pues te llamo en 5 minutos.
Subí
a mi oficina, y creé una cuenta de correo gratuita. Podía haberle pedido a
Marta una dirección suya, pero a saber a
quién ha ido dando esta chiflada esa dirección. Si de alguna forma se podía
relacionar la dirección con ella, no me servía.
Escribí
un mail a la dirección nueva y volví a
llamar a Marta.
-
Hola otra vez, acabo de mandar un mail a una dirección de correo. Toma nota, la
dirección es pazyamor1998@hotmail.com la contraseña es “quetejodan”.
Compruébalo y contéstame al mail. No pongas tu nombre, ni nada más. Sólo
confírmame que lo has recibido.
-
Vale. A sus órdenes.
-
Oye, cuando termine todo esto, si quieres te doy un par de clases de conducir.
-
Hala, cómo mola. ¿Me dejarás conducir tu coche?
-
Sí, buscaremos algún aparcamiento solitario.
-
Eh, no será un truco para meterme mano…
-
Joder, qué manía te ha entrado ahora con eso… No, sólo es para que no mates a
nadie.
-
Buah, si lo tengo controlado. Mi compañero de piso tiene una play, no veas las
palizas que le meto.
-
Ya, oye, te tengo que dejar, haz eso que te he dicho, ¿vale? Es importante.
-
Vale. Ahora mismo. Pero yo pondré la música cuando conduzca.
-
Que sí, coño.
Al
cabo de 5 minutos llegó su contestación a mi mail. Sintiéndome más seguro, dejé
la puerta de la oficina entreabierta y me senté a mi mesa. Ahora sólo había que
esperar. Pasó una media hora y finalmente Víctor apareció, cerrando la puerta
tras de sí.
-
¿J.J. Sefton?
-
Si no soy yo es que me he colado en el despacho de otro.
-
No me toques los cojones.
-
Pues vale, sí, soy yo.
Sacó
la pistola de la funda y me encañonó.
-
Tenemos que hablar.
(Continuará)
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